¿Cuándo habría que haber visto Bagdad?
Por Federico de Arteaga. Director de Planeación en Grupo JB-Cuervo. Experto en Ciudades, Destinos Inteligentes, en Responsabilidad Social y Sostenibilidad.
En su libro Tristes Trópicos[1], Lévi-Strauss dice “quisiera haber vivido en el tiempo de los verdaderos viajes, cuando un espectáculo aún no malgastado, contaminado y maldito se ofrecía en todo su esplendor… De aquí a unos cientos de años, en este mismo lugar, otro viajero tan desesperado como yo llorará la desaparición de lo que yo habría podido ver y no he visto… y me reprocho sin cesar por no haber sabido mirar lo suficiente”.
Las ciudades son distintas para todos. Nadie las conoce, las visita, las entiende, las recuerda, la cuenta igual. Conocer una ciudad en verano o en otoño, estar solo o acompañado, hacen de una ciudad algo totalmente diferente.
Homogeneizar una ciudad es imposible, mostrar retinianamente los atractivos, decir “lo que hay que ver”, es embrutecer la percepción del visitante.
Uno de los riesgos de las Smart Cities, es hacerles perder el encanto por una falsa homogeneización pretendidamente tecnológica, que no es tal.
En 1851 se tendió el primer cable submarino bajo el Canal de la Mancha y nadie dijo Canal de la Mancha Inteligente.
La tecnología es el soporte que precisan las ciudades en cada momento de su historia y de su maduración para la mejora de la vida de sus habitantes, para la mejora de la comunicación, para su conectografia.
Las ciudades son un punto de encuentro, de articulación entre las actividades humanas y cada vez más con la naturaleza.
Las ciudades deben generar bienes: i) públicos, las plataformas fundacionales que le dan soporte, conectividad, data centers, energía, agua, tratamiento de residuos, entre otros; ii) bienes de responsabilidad social, el involucramiento de los empresarios con la sociedad en que viven y desarrollan sus actividades para el bien general y los sistemas de información; iii) bienes privados, modelos de negocio para que exista inversión con retornos atractivos y iv) bienes de convivencia, generación de accesibilidad, de espacios públicos, de gobernanza, de conocimiento, de cultura.
Al final, la inteligencia de las ciudades está en esta combinación de bienes generados, donde el residente y el visitante puedan percibir que hay una sociedad dinámica, en un espacio seguro, confiables, con oportunidades, con opciones de trabajo, de gobierno activo, de empresas comprometidas, de espacio social, apoyado en la tecnología que le demanda el propio desarrollo de la ciudad, la que el gobierno precisa para ser eficiente y la que cada residente tiene en su casa.
Eso no implica que haya ciudades que tienen una visión diferente, que no vean antes que otras el camino a seguir, que no apuesten a una eficiencia mayor, que no crean que hay que trabajar en red, que no piensen en economías de escala, en interoperabilidad, en obsolescencia tecnológica, en modelos de prevención y no en acciones de reacción.
Lo que es seguro es que la ciudad cambia, que lo que Levi Strauss lamentaba no era solo la llegada a la ciudad, sino el viaje y ni el viaje ni la ciudad serán los mismos, en evolución como decía Darwin, siempre se gana algo a riesgo de perder algo.
El residente quiere vivir en su ciudad y el turista quiere ir a una ciudad con personalidad, algunos a la Bagdad imaginada y la buscara y para otros esa Bagdad será la actual y la que recuerden y busquen en algunos años que tampoco encontraran.
El viaje largo de las ciudades no puede tener adjetivos que las detengan.
[1] Tristes trópicos, Lévi-Strauss. C. (1988),