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Las ciudades entre dos viajes.

Las ciudades entre dos viajes.

Por Federico de Arteaga.

Cada vez más, las ciudades se enfrentan a dos tipos de viaje: el del residente y el turista.

Inevitablemente, los dos viajan, cada uno a su modo.

En una rara trampa del destino –el agricultor mata al pastor. A Abel, el nómada, lo mata Caín, el sedentario. Y, ajeno a su destino, Dios castiga a Caín condenándole precisamente a errar.

En las ciudades se comparte un tiempo, un espacio geográfico y una experiencia. Para ninguno Roma está en Roma. El turismo ha hecho que el espacio se empequeñezca, que el tiempo acelere, y que lo privado sea público. Para el turista ni lo que le contaron, ni lo que leyó, ni lo que esperó…

Al turista hay que darle el durante y el después; al residente el antes y el durante.

¿Dónde coinciden el labrador que carga sus verduras y el pastor que lleva sus ovejas; el viajero que llega a conocer y el residente que está para enseñar?

En el espacio público.

Los tres tipos de actividades que se dan en una ciudad –obligatorias, opcionales y sociales–se confunden los fines de semana, y se separan entre semana para los residentes y turistas. Pero se siguen llevando a cabo en el mismo espacio geográfico esencial: el espacio de convivencia.

Para ello hay que generar bienes precisamente de convivencia, pues el mayor atractivo de una ciudad es la vida urbana y la gente. Si el 30% del tiempo que los autos circulan por una ciudad es buscando dónde estacionarse (y lo mismo pasara con las personas), el caminar se convertiría en circular para el turista –y mientras se circula no se disfruta.

Qué hace, pues, un turista: camina, se detiene, se sienta, observa, habla y escucha.

Camina: En la mayoría de las ciudades el área central ocupa una superficie de un km.2, lo que significa que la caminata no es de más de 1 km. de distancia a un atractivo. William Whyte ha calculado que si se quieren evitar aglomeraciones a lo largo de una vereda, no debe haber más de 13 peatones por minuto por metro.

Se detiene: Lo que se ha llamado el “efecto del borde”. La atracción que hace que la persona se pare por unos minutos.

Se sienta y observa: Observar lo que ocurre en el espacio público es una de las atracciones de cualquier ciudad. La disposición y uso de bancos públicos debe, pues, garantizar las mejores vistas.

Habla y escucha: Edward Hall[1] menciona cuatro distancias de la comunicación: i) la distancia mínima de 0 a 45 centímetros; ii) la distancia personal de 45 a 1.20 metros; iii) la distancia social de 1.20 a 3.7 metros y iv) la distancia pública de más de 3.7 metros.

Entonces, ¿dónde es se vuelven a encontrar los residentes y los turistas al final de su viaje cotidiano?  En la ciudad conocida y en la descubierta. En la dimensión humana donde se recorrió el mundo como un libertino y se lo pensó como un benedictino –al decir de Michel Onfray[2].

Es necesario por tanto, ofrecer la ciudad, ofrendarla: Mise-en-Place y Mise-en-Scène. Si en ese viaje no coinciden ambos, en algún punto no será una ciudad, sino un colmado urbano.


[1] La Dimensión Oculta. Siglo XXI. 1971.

[2] Teoría del Viaje. Taurus. 2016.

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