El objetivo último de cualquier política vinculada a ciudades inteligentes es cómo vivir mejor.
Por LA network. Ver publicación original aquí.
Conversamos con el consultor y especialista español en ciudades inteligentes, Manu Fernández, sobre los desafíos en la aplicación de este modelo de planificación urbana.
No hay duda de que el concepto de ciudad inteligente (Smart City) se ha convertido en un modelo urbano para pensar y diseñar las ciudades en la sociedad actual e interconectada. Pero aún necesita ser divulgado para comprensión de los tomadores de decisión y también del grueso de la gente. Manu Fernández se propuso hacerlo a través de la escritura del libro “Descifrar las Smart Cities”, un producto derivado de su tesis doctoral sobre el tema.
Fernández es investigador y consultor de políticas urbanas y ha estado involucrado en proyectos relacionados con la sostenibilidad local y el análisis de las economías urbanas. Actualmente trabaja como consultor senior de la firma Anteverti. Tres áreas han sido su objeto de estudio: las estrategias de urbanismo adaptativo y de activación de espacios públicos, la intersección entre lo digital y lo social en la vida urbana desde la lógica ciudadana y, por último, el impulso de proyectos de dinamización económica en las ciudades.
Dialogamos con Manu Fernández sobre su dedicación al tema de Smart Cities y cómo aterrizarlo mejor entre la ciudadanía.
¿Por qué el interés por la Smart City?
Durante 15 años he trabajado siempre en temas relacionados con políticas urbanas, sostenibilidad local, participación ciudadana. Venía un poco en ese mundo cuando, a partir de 2008, empecé a detectar que surgía una especie de nuevo modelo, nuevo mantra, nuevo concepto, vinculado a esta historia de la Smart City y de la tecnología en las ciudades. Desde el principio, tuve la sensación de que lo que comenzaba tenía una mirada volcada parcial o limitadamente al hecho urbano. Lo importante era la inquietud por tratar de comprender qué estaba sucediendo en este debate que acababa de surgir y en el que había muchas cosas que no terminaban de encajarme o que necesitaban una reflexión más profunda. Fruto de estos años y esta reflexión, surgió la publicación del libro que es una versión más divulgativa y más accesible de gran parte de la tesis doctoral.
¿Háblenos sobre su tesis, pretende ir más allá del imaginario de relacionar a la Smart City siempre con tecnología?
Yo creo que la incorporación del hecho tecnológico al debate sobre la ciudad -que para eso ha servido el debate de las ciudades inteligentes-, pues es una obviedad y una realidad, por lo tanto, debemos tratar de entenderlo como algo que sí que sigue siendo diferencial. La pregunta es: ¿cuál es el papel que puede aportarnos la tecnología? Porque desde otras miradas, ya teníamos otros puntos donde compartíamos casi el estándar o el modelo de las ciudades inteligentes o de las ciudades competitivas. Pero al mismo tiempo sí que es cierto que hoy en día, en 2019, gran parte de los debates en general sobre la ciudad incorporan ya no solo la preocupación por la tecnología, sino que incorporan situaciones que van más allá y están relacionadas con la sostenibilidad, el cambio climático, la igualdad social, la planificación urbana.
¿En su opinión, cuál es el deber de los tomadores de decisión en la aplicación del modelo de ciudad inteligente?
Yo creo que el objetivo último de cualquier política urbana, de cualquier política local vinculada a ciudades inteligentes o a cualquier otro modelo, tiene que ser exactamente cuál es la vía o de qué manera ese modelo va a permitir vivir mejor, ser más felices y tener ciudades más igualitarias y que ofrezcan mayor bienestar para la ciudadanía. Si ese no es el objetivo final, seguramente en el camino nos habremos confundido de objetivo y estaremos pensando simplemente en otros objetivos que también son válidos, pero seguramente secundarios: hacer más eficientes nuestras administraciones, gastar mejor el dinero público, tener mejores infraestructuras. Yo creo que esas son preguntas secundarias respecto de la principal, que es efectivamente asegurarnos de que las personas estén en el centro de todo este debate y de todas estas políticas.
¿Qué se debe hacer para bajar al ciudadano de a pie el concepto de Smart City y que se empodere de él y de esa visión de ciudad?
Yo creo que muchas veces se han explicado las ciudades inteligentes con imágenes efectivamente volcadas en el futuro; eso además se puede comprobar porque cuando se explican las Smart Cities desde modelos teóricos hasta propuestas más prácticas y concretas, tanto las empresas que pueden tener sus soluciones, las ciudades que pueden tener sus planes estratégicos, suelen mostrar el futuro perfecto y utilizar verbos como “nuestra ciudad se convertirá…”, “estás infraestructuras conseguirán que…” y yo creo que eso lo que hace es situar las cosas por un lado muy lejano de los beneficios que puedan aportar. Por otro lado, nos lleva a pensar en unas determinadas soluciones, en unos determinados servicios que requieren inversiones a largo plazo o que son proyectos de inversión a gran escala que requieren ese plazo seguramente. Y es ahí donde creo que eso nos hace olvidar muchas veces que las ciudades inteligentes ya existen hoy, se podrán mejorar, se podrán hacer más sofisticadas, se les podrán añadir muchas más capas de inteligencia o de tecnología, pero la ciudad inteligente ya está operando, ya está influyendo en nuestra vida diaria como seres humanos, como estudiantes que vamos a una universidad, como profesionales que trabajamos en un determinado entorno laboral, como usuarios de servicios públicos…todos esos entornos ya disponen hoy de unas determinadas capas digitales y por tanto ya estamos viviendo en esa realidad.
¿Entonces lo que propone es entender y explicar este concepto más desde lo cotidiano?
Es mucho más fácil pensar en las ciudades inteligentes como hechos cotidianos que a lo mejor no los tenemos presentes, pero están ahí, debemos buscarnos una alternativa para movernos en la ciudad a través de mapas, sean públicos o privados; eso es un ejemplo para saber que ya estamos muy inmersos en esa ciudad inteligente. Y, al mismo tiempo, pensar en tecnologías quizás mucho menos espectaculares en cuanto a inversiones o a grandes infraestructuras, permitiendo organizar los debates políticos o a las organizaciones sociales para trabajar en ámbitos específicos que nos interesan. Uno de los recursos que tenemos que utilizar para acercarlo es pensar mucho en la utilidad de la tecnología o de los dispositivos que ya están hoy en marcha y disponibles en la cotidianidad de la gente.
Descubrir desde lo humano cómo hacer los lugares más habitables…
Sí, precisamente, porque si no, nos perdemos en las grandes transformaciones. Pongo un ejemplo: hoy tenemos una idea muy futurista de la movilidad con el vehículo autónomo, que efectivamente lo veremos generalizado y que tiene detrás unos debates muy profundos que seguramente se concretarán en el largo plazo, pero que también hoy, en 2019, esos mismos patrones relacionados con la inteligencia artificial aplicada a cómo nos movemos en la ciudad, pues ya están empezando a operar en las metrópolis. Y entonces cabe la pregunta de si realmente queremos movernos en vehículos privados, ya que esta obsesión por el coche autónomo lo que nos llevará es a pensar en la movilidad como un hecho individual en lugar de preguntarnos hoy cuál es realmente el tipo de movilidad que queremos en el futuro. Porque eso seguramente nos ayudará a cuestionarnos hoy, no dentro de 20 años, sobre el papel del transporte público, el papel de la multimodalidad, que son las cuestiones de fondo que deberíamos estarnos cuestionando. A eso me refiero con la cotidianidad.