Intrusos, burbujas, armaduras y palos de selfi | Libro Tequila Inteligente
«Fragmentos del Libro Tequila Inteligente, relato de su experiencia como Ciudad y Destino Inteligente.»
Por Joxean Fernández. (Primera parte)
“Once I sat on the steps by agate at David’s Tower, I placed my two heavy baskets at my side. A group of tourists was standing around their guide and I became their target marker. «You see that man with the baskets? Just right of his head there’s an arch from the Roman period. Just right of his head. » «But he’s moving, he’s moving! »
I said to myself: redemption will come only if their guide tells them, «You see that arch from the Roman period? It’s not important: but next to it, left and down a bit, there sits a man who’s bought fruit and vegetables for his family.”
-Yehuda Amichai. Tourists.
El viaje
El verdadero viaje es el que sitúa fuera de foco, el que tiene el potencial necesario para despertar curiosidad. Para que ello suceda, el viajero debe despojarse de prejuicios, limpiando su mirada en un acto ritual previo. Debe desprenderse de la armadura que le protege, pero que le impide sentir la realidad, sus olores, sus sabores, sus peligros. Debe estar dispuesto a empaparse del destino.
El viajero de hoy prepara el viaje como una amenaza que hay que gestionar. Esta amenaza puede tomar distintas formas. Frente a la amenaza del aburrimiento, la solución es llevar libros y música. Frente a los riesgos para
la salud, preparar un arsenal de medicamentos para impedir o recuperarse de cualquier malestar. La posibilidad de no estar localizado no es una opción.
La tecnología actúa como un administrador de recursos para estructurar el itinerario, jerarquizar la información, ordenar las prioridades y marcar el camino. Con estos ingredientes, la tecnología puede acabar formateando en exceso el viaje, eliminando o reduciendo el factor sorpresa, dificultando el contacto con la comunidad residente.
Cuando la información turística es ofrecida por una fuente autorizada,el mapa del destino es el mapa de las preferencias de los administradores. Muchos lugares permanecerán escondidos, invisibles, en la sombra. La tecnología nos guiará por el destino para salvarnos de nuestra curiosidad, para no dejarnos ver lo que no quieren que se vea. ¿Hay sensores en el lado oculto de la realidad, esa que las tarjetas postales no enseñan? Vemos lo que nos dejan ver, una imagen edulcorada de lo real.
Cuando la información ha sido generada de forma distribuida por otros viajeros el riesgo es distinto: la dificultad de tener impresiones propias. La mirada acaba fuertemente condicionada por las miradas de otros. Vemos el destino a través de filtros y lo vemos en modo binario, para confirmar o desmentir percepciones ajenas, sin tiempo, sin deseo y sin opciones para construir nuestra propia mirada.
El viajero geolocalizado es un viajero menos libre, con menos capacidad de salirse del carril. El turismo apoyado en la tecnología está estructurado de forma que el riesgo y la incertidumbre, antes elementos consustanciales al propio viaje turístico, desaparecen o son reducidos de forma significativa. La tecnología actúa como seguro y garantía de
manera simultánea.
El viajero puede optar por una experiencia de inmersión en el lugar, utilizando la información disponible para formular preguntas en lugar de buscar respuestas.
Cuando dos desconocidos se encuentran en un camino existen rituales universales para mostrar que se viene en son de paz. Se camina despacio, tratando de eliminar todo gesto que pueda ser interpretado como el reflejo de un ánimo agresivo. El cruce de miradas y de palabras es empleado como una forma de saludo y reconocimiento mutuo. El rostro descubierto, sin capas ni embozos, una manera de decir «mírame, soy como tú, no tengo nada que ocultar». Quizá, incluso, quieran ir más allá: «estoy lleno de curiosidad, llego con respeto deseoso de conocer tu casa y tu gente, tu paisaje, el sabor de tu comida y de tu vino, aspiro a una bienvenida cálida, quiero escuchar tu historia y ofrezco, si te interesa, contar la mía».
En muchas ocasiones, la tecnología ayuda a construir la imagen de un viajero desconfiado y a la defensiva. El viajero pertrechado de tecnología aparece como un intruso en el destino y tiene la apariencia de un intruso. Recorre el mundo en una burbuja de falsa seguridad desconectado de la realidad. La tecnología no es invisible. Los gadgets tecnológicos y sus accesorios, palos de selfie, teléfonos, relojes celulares, gafas de realidad virtual, etc., envían un mensaje de ostentación, riqueza y diferencia. La tecnología actúa como parapeto en lugar de oficiar sus funciones de puente y punto de encuentro. La tecnología como mecanismo para esterilizar el espacio y dificultar la hospitalidad de la comunidad anfitriona.
La tecnología puede convertirse en un filtro que aísla al viajero del entorno. Los nuevos dispositivos escanean el territorio en busca de señales, las procesan y ofrecen información para la toma de decisiones. Obligan al viajero a estar en un estado de alerta permanente. La mirada concentrada en el teléfono inteligente, en la tableta, en el reloj digital, nos impide ver el horizonte. Estamos aquí y allí simultáneamente, sin estar en verdad en ningún sitio. Viajamos miles de kilómetros para seguir las mismas rutinas, leer los mismos libros, hablar con la misma gente, comer las mismas comidas, sentir en la piel el mismo sol. La tecnología contribuye a generar experiencias uniformizadas. Los Starbucks, los McDonald’s, la galería interminable de Shopping Malls fordistas1, se han convertido en puntos de avituallamiento de señales de confort. Viajeros caracoles, con el hogar a cuestas.
Frente a estas experiencias turísticas escayoladas, el viajero puede optar por una experiencia de inmersión en el lugar, utilizando la información disponible para formular preguntas en lugar de buscar respuestas. Yendo
más allá de los mapas establecidos. El contacto no mediado con la realidad local enriquece, mejora la comprensión del destino, conecta con los desafíos locales, genera anticuerpos, disminuye el riesgo.
El viaje como extensión de la rutina cotidiana
La llegada de las vacaciones o de unos días festivos genera una riada de turistas que se desparraman en todas las direcciones. El viaje se convierte en un fin en sí mismo. Este proceso incluye los preparativos, la organización
de la estancia, la adquisición de pruebas testificales que aseguren que el viajero ha estado donde dice haber estado. El viaje es narrado en directo, con conexiones regulares que muestran una colección escasamente perdurable de imágenes triviales. Millones de personas cruzan el globo para continuar con sus actividades habituales. El turismo se convierte en válvula de escape de vidas en permanente estado de insatisfacción.
Perdido en la jungla de las radiobalizas
¿De qué nos sirve disponer de toneladas de datos si no somos capaces de desarrollar el algoritmo necesario para interpretarlos? Tapizar el destino turístico de sensores puede contribuir a generar una experiencia mimética
al de otros destinos. En lugar de generar interacciones de mejor calidad, la tecnología no revela los elementos diferenciales del destino, sino que los oculta bajo un filtro uniforme. La experiencia turística revelada a partir
de dispositivos inteligentes puede ser una experiencia aletargadora, que tiende un velo uniforme sobre la realidad. La membrana tecnológica impide que podamos disfrutar de las verdaderas sensaciones que puede producir el destino.
La curiosidad recíproca requiere de mecanismos para salvar las distancias. Y en determinados destinos, la tecnología marca distancias insalvables, ellos y nosotros, los que viajan pertrechados de todo tipo de gadgets y los que reciben pasivos su mirada ciega, su deambular orientado por señales geolocalizadas que no conducen a ningún lugar. El
destino sensorizado es uno preparado para recibir el desembarco de esos turistas ciegos que vienen a mirar sin ver, que visitan sin entender, que no se empapan de realidad porque la traen filtrada desde sus dispositivos pretendidamente inteligentes.
El libro Tequila Inteligente es el storytelling de un proyecto y de una realidad. Una experiencia concreta: la de Tequila, en su camino a convertirse en un Pueblo Mágico Inteligente en 2020 y en una Ciudad Inteligente en 2040. La lógica inicial, las decisiones tomadas y sus aprendizajes, asimismo, la visión de expertos internacionales, a veces crítica, a veces futurista, a veces entusiasta, se han dado encuentro en este libro. Expertos que han participado de una forma u otra en el proceso, se enmarcan en la experiencia internacional e interpretan el fenómeno de las Ciudades Inteligentes, validando acciones y decisiones y brindando señales, señalando riesgos y brindando opciones. De igual forma, se ha entrevistado a un variado número de tomadores de decisiones en relación con Tequila, para dar su visión de un tema que ha venido para quedarse de una manera u otra en nuestro Pueblo Mágico.