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Basta de promedios

Basta de promedios

Por Federico de Arteaga. Director de Planeación en Grupo JB-Cuervo. Experto en Ciudades, Destinos Inteligentes, en Responsabilidad Social y Sostenibilidad.

Foto: Mike Dicks. Descience Limited.

Foto: Mike Dicks. Descience Limited.

El promedio ha sido el rey de los análisis poco sofisticados. Rápidamente se han sacado conclusiones, sobre casi todos los temas, con base en ellos, y realmente en la mayoría de los casos no aportan nada más que una certidumbre efectista.

Consumo per cápita, crecimiento promedio, 50% arriba del promedio… Esto puede servir en ocasiones para análisis grupales –pero a los individuos no les aporta nada. ¿Cuántos pacientes se curan?  En promedio 200 … pero los promedios despersonalizan.

El promedio demográfico de una ciudad es de 22 años, o de 40; ello da una idea, y puede poner atención sobre algunos temas, pero no sirve para asignar recursos.

Como decía Nicanor Parra: hay dos panes, yo me como dos y tú ninguno; consumo promedio: un pan por persona.

La revolución industrial, el taylorismo específicamente, utilizó el promedio donde servía, y abusó del promedio y la estandarización donde no servía. Taylor decía: “un sistema de trabajadores promedio es más eficiente que un sistema de genios”.

Correlaciones y regresiones múltiples, evalúan la relación de rangos entre diferentes cualidades, permiten sofisticar el análisis, analizar sensibilidades.

¿Las ciudades necesitan los promedios como información?

La ciudad, al ser dinámica y cambiante, lo que precisa es analizar la información en “sistemas dinámicos, con valores cambiantes, no lineales y dinámicos”[1].

Al analizar la movilidad, no importa el promedio de autos o de personas que pasan en el día por determinada calle o lugar; lo que importa son las horas pico, donde se realmente dan los problemas. La trazabilidad y las herramientas de urban analytics permiten que la toma de decisiones sea basada en los extremos.

Hoy es el tiempo de los sistemas, de la complejidad, de los individuos en una comunidad, y no del sistema sobre los individuos promediando como si fueran productos industriales.

Mientras esto se siga haciendo, se seguirá matando la ventaja comparativa. Es decir, la que buscamos lograr con base en nuestras mejores competencias.

Las ciudades deben ser espacios de oportunidad, no solo de “acceso igualitario, sino de ajuste igualitario” como afirmó Todd Rose[2].

El acceso es fundamental: a los servicios, a la educación, a la conectividad, a la salud, a la seguridad; el ajuste igualitario es el camino a la concreción de la oportunidad.

Lincoln[3] tenía una visión de la oportunidad: “El objetivo del gobierno es elevar la condición del hombre; levantar pesos artificiales de todos los hombros, despejar los caminos para la búsqueda loable para cada uno, permitir a todos un comienzo sin restricciones y una oportunidad justa en la carrera de la vida”.

Cada vez más habrá de dejar de contratar, de hacer políticas, de asignar recursos solo al centro de la Campana de Gauss, a la normalidad.

La sofisticación y la necesidad no se da en el centro, se da en los extremos.

Si todo se analiza en el promedio –en la normalidad– seguirá pasando lo que sucede ahora: la disparidad no se atiende, ni en la excelencia ni en la carencia.

 


[1] Van Geert.P. The Contribution of Complex Dynamic Systems to Development. (2011).

[2] Rose T. The End of Average (2017).

[3] Lincoln. A. Message to Congress. 1861.

 

 

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