¿Cuál es la primer decisión a tomar para convertirse en una Smart City?
Usted como descifrador de las Smart Cities, qué le diría a los responsables de iniciar un proyecto de esta naturaleza. ¿Cuáles son los errores que no se deben cometer?
Uno de los grandes errores iniciales puede ser el de no tomárselo en serio. Quiero decir, el movimiento de las ciudades inteligentes puede parecer una gran ola a la que es obligatorio subirse, por las razones que sean, y si no hay suficientes bases en la apuesta de transformación, la implementación puede empezar a fallar desde muy pronto. Las cosas pueden resultar fáciles aparentemente, porque una presentación, un plan estratégico o una hoja de ruta que recoja grandes objetivos, motivadoras visiones o ilusionantes proyectos son mucho más fáciles de redactar que de poner en marcha. El riesgo de «yo me apunto también» o «qué ciudad no quiere ser inteligente» puede llevar a banalizar sus implicaciones en términos muy pragmáticos (cómo lo financiamos, quién se hace cargo, quién va a liderar la reorganización de los equipos municipales, qué tecnologías habilitantes necesitaríamos previamente,…) y en términos estructurales (para qué lo queremos, cómo aseguramos el valor público de la inversión, cómo nos vamos a relacionar como sector público con el sector privado, cómo hacerlo de manera colaborativa con la sociedad civil, etc.).
¿Cuál es la primer decisión a tomar?
No diría que hay una única decisión que desencadena todo el proceso. Obviamente, el primer ingrediente, derivado de lo que señalaba en la pregunta anterior, es la existencia de una voluntad de transformación, una voluntad expresa, compartida por diferentes ámbitos de la ciudad (no es sólo una cuestión de voluntad política de alcaldía si ello no va acompañado, por ejemplo, de la suficiente complicidad de las dependencias y equipos municipales, de la existencia de un «caldo de cultivo» en el tejido asociativo y en el ecosistema científico-tecnológico que les haga sentirse también partícipes y comprometidos con el desarrollo de su ciudad y sus apuestas colectivas). Dando esto por supuesto, que ya es mucho decir, hacen falta muchas cosas, según con quién hables. Las instituciones públicas dirán que hacen falta recursos económicos, capacitación técnica, mejorar los procesos administrativos. Las empresas dirán que hacen falta mejores sistemas de contratación pública, marcos regulatorios más claros. Los ciudadanos dirán que hace falta más claridad y menos marketing, y así podríamos seguir distinguiendo preocupaciones y urgencias diferentes según con quién hablemos. Dentro de las instituciones hay necesidades muy diferentes en los departamentos sectoriales, en los servicios de modernización, pero también diferentes necesidades en los niveles técnicos y políticos. Personalmente, diría que hace falta más capacidad crítica en todos los niveles para entender el funcionamiento e implicaciones de muchas de las tecnologías que están colonizando el día a día y que encierran interrogantes éticos y políticos. Hace falta una visión menos espectacular de la tecnología para poder entenderla, pero también evitar una visión banal de los problemas urbanos para poder situar en su justa medida la aportación que puede hacer la tecnología.
Manu Fernández.
Doctor por la UPV/EHU (2015) con la tesis «La smart city como imaginario socio-tecnológico». Licenciado en Derecho económico.Autor del libro «Descifrar las smart cities. Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities». Investigador y consultor de políticas urbanas, durante su trayectoria profesional ha estado involucrado en proyectos relacionados con la sostenibilidad local y el análisis de las economías urbanas. Autor del blog Ciudades a Escala Humana (www.ciudadesaescalahumana.org).