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La elegancia de prevenir

La elegancia de prevenir

Por Federico de Arteaga. Master en Dirección y Administración de Empresas (MBA) por la Universidad Católica de Uruguay y PhD en Responsabilidad Social, Innovación y Sostenibilidad por la Universidad Anáhuac.

“La tradición es la transmisión del fuego y no la adoración de las cenizas”.

Gustav Malher

En 2018 como se contaba en la prensa argentina, Daniel Baremboim el famoso director de orquesta, estaba tocando Brahms (segunda y primera sinfonía, en ese orden). Ya comenzado el concierto, los aplausos entre movimientos fueron más que los habituales. Cerrada la segunda sinfonía, Barenboim se dirigió al público y con amabilidad pidió que no aplaudiera antes de que la orquesta extinguiera completamente su sonido: “Sé que estamos todos muy emocionados”, dijo. “Pero, por favor, escuchen hasta el final”, reclamó cuando ya era tarde para recuperar los acordes de cierre del último movimiento, pisados por un ostentoso “bravo”. Ya puesto a pedir, con calidez docente explicó por qué es necesario no aplaudir entre movimientos: “De un movimiento a otro hay un cambio de tonalidad; si ustedes aplauden, esa relación se pierde”, dijo antes de retirarse a descansar antes de dirigir la segunda parte.

En un análisis del tema en Platea Magazine expresan“La escena se ha repetido infinidad de veces en todas las salas de conciertos del mundo. El principiante acude ilusionado a escuchar una sinfonía y ante la emoción que produce la rotundidad del final del movimiento -la magia de las cadencias conclusivas- da un paso en falso y rompe a celebrarlo con un aplauso. En ese momento el sanedrín de conossieurs responde con miradas humillantes, chisteando ofendidos, con la satisfactoria superioridad que otorga ser uno de los guardianes de una tradición que debe ser preservada por el bien del arte”.

Más allá de los modales el tema es la prevención. No cuesta tanto leer el programa y ver cuántos movimientos tiene una sinfonía, o cuál es el código de vestimenta en una comida. Tampoco saber que si viene la Navidad (que llega todos los años puntual el 24 de diciembre) hay que comprar los regalos antes, más si hay COVID o para no quedarse sin el regalo buscado, pero no sucede.

En las ciudades es lo mismo, hay temporadas de lluvias, de tsunamis, de sequía, de incendios, de tráfico y sin embargo se suceden año a año con mayor o menor intensidad las mismos problemas. Cada vez hay más riegos asociados, los que no eran sistémicos ahora lo son; los riesgos son función de las amenazas, de la exposición y de la vulnerabilidad. Y los riesgos son dinámicos y por tanto la vulnerabilidad es variable.

Como se afirma por parte del BID en su informe sobre riesgos; “América Latina y el Caribe está caracterizada como una de las regiones del planeta con más alta exposición a múltiples fenómenos naturales y el cambio climático está incrementando este riesgo”.

Aunque no se puedan evitar que ocurran las amenazas naturales, se puede reducir la vulnerabilidad económica y social frente a estos fenómenos. Según estudios de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres cada dólar invertido en reducir el riesgo puede ahorrar hasta 7 dólares en costos posteriores.

Todo esto, con el objetivo explícito de aumentar la seguridad de las personas, el bienestar, la calidad de vida, la resiliencia y el desarrollo sostenible de una región. Para reducir el riesgo de desastres, es imprescindible establecer un marco estratégico, político y medidas de Gestión del Riesgo.

Y no se trata de ser conossieurs, se trata de leer por una vez bien la partitura y antes; aunque sea por elegancia.

 

 

 

 

 

 

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