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La fragilidad del territorio turístico

La fragilidad del territorio turístico

«Fragmentos del Libro Tequila Inteligente, relato de su experiencia como Ciudad y Destino Inteligente.»

El territorio y, dentro de él, el territorio turístico, es hoy más frágil que nunca. Los elementos que pueden destruirlo son, también, más numerosos y efectivos. Entre los elementos de fragilidad podemos destacar: la precarización del trabajo, las amenazas medioambientales y la aceleración sin control de procesos no gobernados que se suceden en su seno, algunos de ellos (no todos) producidos por la tecnología. El turismo crea empleo, pero de baja calidad. Los salarios medios disminuyen, mientras, de forma simultánea, aumentan los contratos a tiempo parcial, los contratos eventuales y otras formas de precarización. En todo el mundo, la capacidad de los trabajadores de proteger y negociar mejores condiciones de trabajo no ha hecho sino disminuir en los últimos años. Si esta dinámica continúa, la mayoría del empleo turístico global acabará trabajando en condiciones de incertidumbre y mayor vulnerabilidad.

Las opciones disponibles muestran el escaso margen de maniobra de los trabajadores del sector. Apenas pueden limitarse a escoger entre dos alternativas poco deseables:
a. Aceptar remuneraciones muy bajas, en ocasiones sin poder gozar de la protección de las redes de la seguridad social;
b. Desafiar el statu quo en solitario, sin capacidad de ejercer ningún tipo de presión efectiva, como resultado
de la disolución progresiva de los vínculos de solidaridad existentes, lastrados por una capacidad de negociación
colectiva en franco retroceso.

Las estrategias de respuesta convencionales han desaparecido, sometidas al vendaval de individualismo, fragmentación y miedo que envuelve el mercado de trabajo en la actualidad.

El nuevo paradigma trata de imponer una interpretación sesgada del concepto de flexibilidad. Una flexibilidad asimétrica, basada en las diferencias de poder entre las partes. La flexibilidad se traduce siempre de forma unilateral, o bien como facilidad para el despido de los empleados, o bien como redistribución de los riesgos, con una transferencia que siempre va desde el empresario a los trabajadores que, por el contrario, no ven recompensados sus esfuerzos cuando la coyuntura económica y el desempeño de la empresa es más favorable. El tiempo de duración de los contratos cada vez es más corto y las condiciones para su mantenimiento más inciertas. La tecnología actúa como un elemento más de un sistema social, económico y moral crecientemente desfavorable. Las capacidades de las personas están sometidas a un ritmo de obsolescencia cada vez más rápido que convierte rápidamente itinerarios formativos complejos en puro desecho, cuyo destino habitual es el descarte. Nadie sabe qué es necesario aprender en el futuro, lo que acrecienta la sensación de hostilidad del entorno y por lo tanto el miedo.

Destinos turísticos antifrágiles y tecnología

Nos encontramos con marcos regulatorios insuficientes, ciegos y desconcertados, incapaces de gestionar de forma adecuada los procesos que se desarrollan en el seno de los destinos turísticos.

Ya hemos hablado anteriormente del potencial disruptivo de las tecnologías turísticas sobre el destino. Cuanto más frágil y vulnerable es el destino, mayor cautela será precisa para prever y gestionar los posibles impactos negativos
de la tecnología, especialmente teniendo en cuenta la ausencia de un marco regulatorio suficientemente desarrollado.

Cualquier evaluación de un Destino Turístico Inteligente debería responder de forma clara a las preguntas: ¿Quién se beneficia y quién resulta perjudicado por el uso de la tecnología? ¿En qué medida la tecnología beneficia a los residentes a medio y largo plazo? ¿Contribuye la tecnología a frenar o ralentizar los procesos de gentrificación urbana que se producen en muchos espacios turísticos patrimoniales de gran valor cultural o por el contrario aceleran el proceso al colocar el destino en un escaparate global sediento de aventuras efímeras? ¿Existe un «logro previo y apreciado» —siguiendo las tesis de Hirschman sobre riesgo, perversidad y futilidad—, que la tecnología aplicada a un destino turístico puede poner en peligro? ¿En qué medida la tecnología socava equilibrios precarios que existen en destinos frágiles? ¿La tecnología es un factor de apuntalamiento o puede contribuir también al desmoronamiento del destino?

No hay una única respuesta ante estas preguntas. Lo que resulta claro es que la tecnología genera riesgos que deben ser gestionados. Estos pueden ser de tres tipos: riesgos generados por la tecnología per se, riesgos generados
por el uso inadecuado de la tecnología y el riesgo generado por los efectos perversos, no previstos y no deseados de la tecnología, por ejemplo, con relación a valores sobre los que se podría estar fácilmente de acuerdo, como
sustentabilidad económica y ambiental, generación de oportunidades en el ecosistema local, mejora de la equidad entre los colectivos más vulnerables, fortalecimiento del capital social del territorio, incluyendo la mejora de la
autoestima colectiva.

El proceso de diseño de un Destino Turístico Inteligente no suele tener en cuenta estos factores, o cuando los tiene en cuenta lo hace solo de forma declarativa, como expresión ingenua de buenas intenciones, sin tener en cuenta los impactos negativos que puede tener el uso de la tecnología en el destino.

Los destinos turísticos son todo menos espacios sólidos y permanentes capaces de resistir cualquier proceso. Por el contrario, tenemos múltiples ejemplos de destinos que han sido devastados por decisiones inadecuadas. La hipótesis de partida es que, como la tecnología tiene un enorme potencial desestabilizador y además genera procesos acelerados difícilmente reversibles, antes de utilizarla debemos extremar las precauciones para evitar las consecuencias no deseadas de su uso.

¿Cómo desarrollar destinos turísticos menos vulnerables y qué papel le puede caber a la tecnología? El concepto desarrollado por Nassim Taleb de «antifragilidad» resulta provocador para reflexionar de forma crítica sobre las condiciones de desarrollo de destinos turísticos sostenibles. El concepto de antifragilidad se construye para Taleb por oposición a fragilidad. Si «frágil» es lo que puede ser destruido con fragilidad, «antifrágil» es lo que tiene la capacidad de mejorar ante las situaciones que podrían destruirlo.

Para explicar la antifragilidad, Taleb incorpora el concepto de «estresor». Los estresores son la pieza clave de la antifragilidad. Los destinos turísticos son sistemas orgánicos que se encuentran en cambio permanente. Los estresores son elementos que permiten reforzar la resistencia del sistema en la medida que el sistema resiste el ataque de alta intensidad y, puntualmente, del agente estresor.

En ese sentido, la tecnología bien utilizada puede actuar como potencial agente agresor de los equilibrios del ecosistema turístico para permitir, de forma paradójica, reforzar el destino turístico. Muchos destinos turísticos están en formol, anclados en un punto de equilibrio inestable, enormemente vulnerables para gestionar de forma adecuada los retos que puede depararles el futuro. La tecnología y sus potenciales aplicaciones en los entornos turísticos puede tensionar los precarios equilibrios del destino, contribuyendo a poner en marcha procesos que acabarán destruyéndolo. Pero puede también, aplicada de forma inteligente, ser un estresor en el sentido que les otorga Taleb, que contribuya a identificar errores, a generar pequeñas correcciones y procesos de aprendizaje que
refuercen la estructura del sistema. No es por tanto la tecnología, sino la dosis de tecnología empleada y sobre todo la inteligencia con la que debe ser usada, que incluye qué tecnología utilizar y sobre todo en qué momento y con qué tiempos. El factor tiempo es fundamental para permitir que el sistema reaccione al estresor tecnológico para reforzar su inmunidad y no destruirla.

Por ello, es imprescindible aflorar las fragilidades del destino turístico de forma radical, es decir, analizando la raíz de los problemas, evitando un análisis superficial que se concentre sobre los efectos. De esta forma, el destino turístico dejará de ocultar «errores», produciendo un efecto sistémico positivo que le permitirá evolucionar hacia nuevas etapas de complejidad.

La evolución positiva del sistema requiere de espacios de experimentación no administrados, donde los emprendedores puedan arriesgar y aprender de los éxitos y de los fracasos.

No es la tecnología, sino la dosis de tecnología empleada y sobre todo la inteligencia con la que debe ser usada, que incluye qué tecnología utilizar y sobre todo en qué momento y con qué tiempos.

El pensamiento convencional está basado en una premisa que puede resultar peligrosa en sistemas altamente inestables que cambian muy rápidamente. La premisa consiste en mirar por el espejo retrovisor de la historia para, a partir del análisis del pasado, proyectar el futuro, eludiendo incorporar aquello que no se desea que aparezca, impidiendo identificar elementos novedosos que no forman parte de la experiencia acumulada.

Siguiendo con la terminología de Taleb, las estructuras homogéneas son frágiles porque no disponen de alternativas para superar amenazas que resulten medulares. Una posible limitación de la gestión de los Destinos Turísticos Inteligentes es que está basada en una confianza ingenua en la capacidad de la tecnología de resolver todos los desafíos. Hay que tratar de evitar predicciones y análisis unívocos y unidireccionales, e insistir en la necesidad de revisar de forma permanente las premisas de partida. Una de las fragilidades de los destinos turísticos es la incapacidad de los gestores de reconocer los fracasos antes de que sea demasiado tarde. Como todo marco
teórico que se precie, en los Destinos Turísticos Inteligentes hay un intento de estandarizar el análisis porque ello genera una falsa sensación de control, cuando en realidad se está tendiendo un velo sobre la realidad que impide
reaccionar con mayor velocidad ante el desajuste entre lo planeado y lo que está ocurriendo.

¿Acaso no resulta más lúcido reconocer que en los tiempos que vivimos cualquier aspiración a conocer, planificar y controlar el futuro es fútil? Lo inteligente es desarrollar destinos turísticos con humildad, paciencia y parsimonia, tanta como sea necesaria para entender el ritmo orgánico al que puede crecer el destino. Lo contrario nos aboca al fracaso.

 


El libro Tequila Inteligente es el storytelling de un proyecto y de una realidad. Una experiencia concreta: la de Tequila, en su camino a convertirse en un Pueblo Mágico Inteligente en 2020 y en una Ciudad Inteligente en 2040. La lógica inicial, las decisiones tomadas y sus aprendizajes, asimismo, la visión de expertos internacionales, a veces crítica, a veces futurista, a veces entusiasta, se han dado encuentro en este libro. Expertos que han participado de una forma u otra en el proceso, se enmarcan en la experiencia internacional e interpretan el fenómeno de las Ciudades Inteligentes, validando acciones y decisiones y brindando señales, señalando riesgos y brindando opciones. De igual forma, se ha entrevistado a un variado número de tomadores de decisiones en relación con Tequila, para dar su visión de un tema que ha venido para quedarse de una manera u otra en nuestro Pueblo Mágico.

 

 

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