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No hay más ciego que el que no quiere ver

No hay más ciego que el que no quiere ver

Por Federico de Arteaga. Master en Dirección y Administración de Empresas (MBA) por la Universidad Católica de Uruguay y PhD en Responsabilidad Social, Innovación y Sostenibilidad por la Universidad Anáhuac.

La gente utiliza sin saberlo muchas veces modelos mentales para pensar y para tomar decisiones. La forma que interpreta un religioso, un liberal o un socialista el mundo no tiene nada que ver.

Hay otros modelos mentales que tienen que ver del punto de vista de la prevención o de la omisión. Hay sociedades donde el conservadurismo y la lentitud llevan a tener un  marco mental de omisión permanente. La lentitud en la toma de decisiones, de ver el problema que se viene y a pesar de tener las soluciones dejarlas madurar, hasta que el mundo las aplique y ahí ya es tarde, siempre llegan tarde.

En eso pueden haber actitudes individuales pero hay responsabilidades, personales y públicas. Que un empresario diga que para neutralizar la huella de carbono “estamos en pañales”, no es lo mismo que un gobernante lo diga por más que compartan modelos mentales de omisión.

Otra cosa son los modelos de prevención, poder analizar las tendencias, prepararse, hacer pruebas piloto, tener clara la estrategia, que los líderes empiecen a dialogar en la curva de aprendizaje y cuando llegue el momento estar listos, implica ser prevenido, no omiso.

Los productos y por ende el comercio, cada vez más se los mira desde el conocimiento incorporado, y el conocimiento está disperso y es necesario aplicarlo y explicitarlo, pasar del tácito al explícito en tiempo y forma, no viene por generación espontánea.

Como se expresa en el Atlas de Complejidad Económica; la cantidad de conocimientos integrados en una sociedad no depende principalmente de la cantidad de conocimientos que posee cada individuo. Depende, en cambio, de la diversidad de conocimientos de los individuos y de su capacidad para combinarlos y utilizarlos a través de complejas redes de interacción. El conocimiento sólo puede acumularse, transferirse y conservarse si está integrado en redes de individuos y organizaciones que lo utilizan de forma productiva. Y si es necesario interactuar en redes, esas redes no se forman de un día para otro, requiere un esfuerzo costoso y largo.

Las economías complejas son aquellas que pueden entrelazar grandes cantidades de conocimientos relevantes, a través de grandes redes de personas, para generar una mezcla diversa de productos intensivos en conocimiento. Las economías más simples, en cambio, tienen una base estrecha de conocimientos productivos y producen menos productos y más simples, que requieren redes de interacción más pequeñas.

Algunos de los puntos principales de esta complejidad:

  • La cantidad de conocimientos incorporados que tiene un país se expresa en su diversidad productiva, o en el número de productos distintos que fabrica.
  • Los productos que exigen grandes volúmenes de conocimientos sólo son viables en los pocos lugares en los que se dispone de todos los conocimientos necesarios.
  • La ubicuidad muestra el número de países que fabrican un producto. La de un producto, revela información sobre el volumen de conocimiento que se requiere para su producción.
  • La cantidad de conocimiento que tiene un país se expresa en la diversidad y ubicuidad de los productos que fabrica.
  • Lo que los países fabrican revela lo que saben.

La complejidad económica, está relacionada con el nivel de prosperidad de un país. Así, la complejidad es importante porque ayuda a explicar las diferencias en el nivel de renta de los países y, lo que es más importante, porque predice el crecimiento económico futuro. Y el crecimiento futuro se da en los mercados y éstos pagan complejidad.

Nada de esto es nuevo, Ángel Ganivet, en su Carta a Unamuno II en El Porvenir de España; le decía: “España no podía ser mercado para los productos de Cuba, pero le abrió el mercado de los Estados Unidos, ofreciendo a éstos en compensación ventajas que nadie ha querido tomar en cuenta, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. Era una reciprocidad por carambola con la que sólo conseguimos pasarle al gato la sardina por las narices”.

En este contexto, en el que a la omisión se la trata como una inacción justificada por un modelo, se la ve como prudencia o el ser realista, pero sobre todo es una excusa. Países enteros se comportan así, sectores que funcionan a precio, sin embargo hay empresarios que previenen, modelizan de otra manera, enmarcan en fomas diferentes el futuro. Piensan sistémicamente. Como lo cuentan en su libro “Framers” Cukier, Mayer Schönberger y De Véricourt, hay tres dimensiones de la cognición humana: la causalidad, la contrafactualidad y los límites; analizar distintos modelos simultáneamente puede ayudar a pasar de la omisión a la prevención y sobre todo mapear la acción.

La mayoría de las empresas buscan una nueva ubicación o quieren diversificarse en un nuevo producto. Los mapas de complejidad contienen información sobre las capacidades productivas presentes en los países y el grado en que estas capacidades son relevantes para apoyar una nueva industria concreta.

Un mapa no dice a las personas a dónde ir, pero les ayuda a no ignorar. Hay mapas terrestres y mapas celestes, es hora de no perderse en ninguno.

 

 

 

 

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