Sin barrios, no hay ciudad
Publicado por Mexico Business News. Ver publicación original aquí. Por Dr. Federico de Arteaga. Líder del Proyecto Destino Turístico Inteligente Tequila y Vicepresidente de la Red de Destinos Turísticos Inteligentes de Iberoamérica.
«Mi vecindario cambia hora tras hora o vecino tras vecino…» Fernando Cabrera, Músico
«Lo más cercano que hay es la panadería…» Jaime Roos, Músico
¿Qué queremos de las ciudades?
¿Queremos que tengan «me gusta», seguidores, espacios para Instagram? ¿O queremos que sean seguras, transitables, integradas, socialmente inclusivas, dinámicas, con espacios públicos, accesibilidad y buena gobernanza?
La proximidad, balcones y ventanas que fomentan una percepción más amigable de la calle. Si alguien camina solo, es fácilmente visible para los vecinos; los «ojos en la calle» de los que hablaba Jane Jacobs. Deyan Sudjic, siguiendo la lógica de vecindarios y calles, dice: «los nombres de las calles se han utilizado para crear un sentido de identidad y cohesión, así como exclusión; también las calles tienen la capacidad de convertirse en marcas: Savile Row representa la sastrería; Basin Street representa el jazz».
Y diferencia entre la creación de «distritos nuevos y de moda como TriBeCa, SoHo con vecindarios como el Barrio de los Comerciantes». La homogeneización de las ciudades que va desde un centro comercial hasta un outlet seguramente nos hace perder algo. Al menos, narrativas y más de una tradición.
¿Qué hay en los vecindarios que siempre falta en las ciudades?
Uno llega a un vecindario y de inmediato comienza a hacer preguntas, a observar, a sentir, a percibir, a buscar datos, a dar opiniones, a moverse, a ver a la gente. Pero el vecindario no es abstracto: es personal. Se ve el vecindario desde su propio punto de vista, desde sus propias necesidades individuales, pasatiempos, estados de ánimo y gustos. Instintivamente te preguntas qué relación quieres tener con esa ciudad, pero más aún vivir en ese vecindario… dónde caminar, si hay mar o no, cómo conectar con ese lugar, con algo familiar —tu espacio humano.
Y deberías poder responder a las preguntas básicas
Cerca de casa: ¿Dónde puedo tomar un café? ¿Dónde comer, un supermercado? ¿Hay buen transporte público, es fácil moverse? ¿Hay Wi-Fi abierto? ¿Dónde hay un bar? ¿Dónde hay una librería, un museo?
La gente: ¿Son jóvenes o mayores? ¿Son diversos o homogéneos? ¿Cuáles son sus dinámicas? ¿Cuál es la actividad principal? ¿Hay trabajo? ¿Hay entretenimiento? ¿Hay libertad?
Los datos: La escala, la población, la historia, los grados de pobreza y riqueza, la educación.
Sentimientos: Percepción de seguridad, ritmo, clima, olor y color, arquitectura, estética, ruido, espacios públicos, naturaleza.
¿Cuánto tiempo me quedaría?
El vecindario debería proporcionar la respuesta a esta pregunta. A lo que da acceso, a quién conecta, qué talento atrae y retiene, qué personalidad tiene. Los vecindarios de inmigrantes, de irlandeses, de judíos, de italianos y chinos.
Estos son asuntos de grados y énfasis y formas de ver el mundo, no de visas, no de nacionalidades. Las personas deciden ir a vivir a ciudades donde sienten que la convivencia es posible, donde no importa de dónde vienen, porque esa ciudad será su segunda patria y su vecindario, su comunidad.
Nadie le pregunta a la ciudad si es inteligente, las abstracciones vienen después; la ciudad primero debe contener estos problemas, los cotidianos. Si no, poco importa si es digital, si es «rápida», o si la basura se recoge con drones. Al residente, al turista, a la gente, se les debe dar su lugar, su vecindario, su lenguaje en la ciudad, su sentido de pertenencia. Para quedarse, para poder quedarse como uno desee, con las opciones a mano, con las oportunidades, con el ritmo de vida que cada persona decide llevar. La ciudad no debería imponerse.
Y al final, uno es más del vecindario que de la ciudad. Para algunos mexicanos, Santa Fe en la Ciudad de México es como Marte, y para los de Santa Fe, los de Satélite son lo mismo. Es más, a veces la frontera infranqueable es una calle, de un lado de Insurgentes al otro es otra dimensión.
Las calles, arboladas o no, la dirección en la que van, el espacio que ganan peatones y bicicletas, los nuevos cruces, y en otro espacio de tensión, los umbrales, los puntos de transición entre el espacio público y privado, los espacios de interacción, son otras áreas de negociación. En el ámbito comercial, las cadenas de valor, los contratos, la conectividad que hace tangible la ciudad en redes de vecindarios, invisibles hasta que algo sale mal.
Como dijo Antonio Muñoz Molina de la huella encontrada por Robinson Crusoe: «La huella es el signo de que alguien ha estado en un lugar, pero ya no está allí. A través de la huella, a través de la imagen de la huella sola, logras retratar la presencia». Y la presencia está en los vecindarios, en los umbrales de las casas y en tener la panadería a mano donde todo cambia hora tras hora y vecino tras vecino.