Al final, como en un bosque, todo es distancia.
Por Federico de Artega, Director de Planeación de Grupo JB.
Salvatore Settis, en su libro Si Venecia muere,[1] analiza el turismo de masas, enfocándose en porqué “Venecia se despuebla de personas reales”. Para tangibilizarlo, hace una tabla cronológica que muestra que en 1540 Venecia tenía 130,000 habitantes y en 1631, después de la plaga, quedaron 98,000. En nuestro siglo, en 2015 eran 56,000 sus pobladores, y en 2019 habían bajado a 52,000. Añade: “Si el turismo multitudinario es el único modelo económico posible para Venecia, lo estará siendo a costa de su desaparición como ciudad en el sentido pleno de la palabra”.
Como una Atenas apestada y abandonada por los pájaros…[2]
Como en todo, es necesaria la distancia, el espacio, el poder respirar. No alcanza con ir al Museo del Prado o al Louvre y partir de la base que se va a tener, como se dice ahora, “una experiencia”. Si para ver un Goya o un Greco se tiene que hacer entre cientos de celulares y de personas, una arriba de la otro, ya no es lógico entrar al Museo.
Hay, pues, una biología del comportamiento, una etología; un espacio visual, olfativo y auditivo, y una distancia social y pública más que deseable en esos casos.
El naturalista Joaquín Araújo[3] expresa claramente el peligro del turismo de masas: “La salud tiene que ver con lo completo. En sánscrito y en griego, lo saludable es lo que está entero. Hemos demostrado que se pueden hacer entrevistas, reuniones de trabajo y hasta gobernar países on-line. Y el turismo compulsivo se había convertido en una suerte de exhibicionismo relacionado con el prestigio social; también tendrá que cambiar”.
El Diccionario de la Real Academia Española, en su segunda acepción, define el ocio como el tiempo libre de una persona. La palabra, derivada del latín otium, es ubicada por Joan Corominas como de uso en la lengua castellana, aludiendo al reposo.
El turismo, en sí mismo, es una actividad propia del tiempo libre, y en tal sentido, pasa a ser una conquista espiritual del hombre. Es consecuencia del afán de conocimiento, y éste es connatural a la persona.
En definitiva, el tiempo libre, espacio natural del turismo, se fundamenta en el ocio, como condición espiritual humana de carácter creativo, jerarquizando el descanso laboral como instrumento válido para alcanzar una mejor calidad de vida[4].
Claudio Magris, en su libro El infinito viajar ,dice: “Cada viaje tiene su medida, su ritmo, su paso y su respiración”. Y después recuerda la balada de Rilke, en la que un alférez le pregunta al marqués: “¿Porqué cabalgas por estas tierras?”. “Para regresar”, responde.
Hoy día, se muestra ya muy difícil querer regresar a una horda.
[1] If Venice Dies. Salvatore Settis. New Vessel Press. 2016.
[2] La peste. Albert Camus.
[3] https://www.xlsemanal.com/personajes/20200713/coronavirus-cambio-climatico-crisis-social-joaquin-araujo.html
[4] https://comercioyjusticia.info/blog/opinion/turismo-tiempo-libre-y-ocio-espiritual/