El difícil equilibrio entre la ejecutividad y el debate.
Por Federico de Arteaga.
Mario Vargas Llosa decía: “El civismo inglés. Si hay una sociedad que fue profundamente democrática fue la inglesa; existía la constancia de que la ley estaba bien hecha, para servir al ciudadano, y que por tanto tenías la responsabilidad moral de cumplir con la ley”.
¿Cómo hacer las mejores leyes?
Es cada vez más frecuente encontrar críticas a cómo funcionan los parlamentos en América Latina. Exceso de leyes (la “inflación” legislativa), rigidez, dificultades en la aplicación, asesoramiento previo insuficiente, legislación pensada solo en la patología de lo que se quiere regular y no en el fomento de la conducta sana y muchos otros cuestionamientos profundizan la desconfianza hacia los poderes legislativos (en todos los niveles, incluso los locales) y haciéndolos aparecer como “máquinas de impedir” y no en potenciadores de la acción correcta.
¿Realmente son necesarias tantas leyes, tanto detalle regulado para todo?
El derecho inglés promulga pocas leyes flexibles de cumplimiento rígido, en vez de muchas leyes rígidas de cumplimiento flexible.
¿La ley potencia o impide?
Estas cuestiones llegan a todos quienes legislan, desde los senadores hasta los regidores en los municipios. No es una cuestión de jerarquía sino de definición de cuál es la función: afirmación de la dirección correcta o proliferación de los obstáculos.
Detengámonos en el caso de los regidores los municipios. Experimentan una corta luna de miel, un lento aprendizaje de la función para apoyar o no apoyar algo concreto con conocimiento cabal y la tentación de funcionar exclusivamente como contrapeso a la función ejecutiva, su oposición por sistema. Es cierto que en su origen el sentido del Parlamento fue el de controlar, sujetar y limitar el poder. Pero las sociedades modernas ven al parlamentario también como co-gobernante y no solo como fiscalizador.
El inmovilismo, la falta de timing y el juego de “suma cero” es un precio carísimo que pagan las sociedades con deliberativos que solo funcionan para entorpecer. En éstos, todo se reduce a una cuestión de táctica o de ubicarse frente a un tema en las antípodas del ejecutivo por sistema. En realidad, el gobierno acertado hoy es el análisis de la estrategia del éxito y no solo el de la táctica de la destrucción o el empantanamiento.
Los regidores no son el “super yo” del Presidente municipal, son su equipo de gobernanza y su misión es desarrollar una forma de control que no sea una práctica de boicot. Pero también su misión es diseñar herramientas legislativas que mejoren la vida de la gente, aunque, circunstancialmente, sirvan al ejecutivo.
No está de más recordar la máxima de Tácito: “Cuanto más corrupto es un Estado, más leyes tiene”.
Los regidores son en la mayoría de los casos los futuros Presidentes Municipales, es necesario por tanto contar con una lógica de cooperación, de control, de negociación, pero no de reclamación y de destitución operativa. Eso es derecho de los ciudadanos.
Como expresa el ex Presidente de España Felipe González: “La democracia no garantiza el buen gobierno, lo único que garantiza es que podemos echar al Gobierno que no nos gusta”.
Si la gobernanza es la clave de las ciudades inteligentes, hay jugadores que deben superar viejas prácticas electoralistas y pasar de ser obstáculos a ser agentes de cambio.